POR OSCAR BUSTOS. Periodista
Además, Mahecha es un personaje en busca de autor. Los novelistas y los cinematografistas están en mora de escribir una novela o de hacer una película con este personaje protagónico, que a los 11 años “fue reclutado en El Guamo (Tolima) por los conservadores, para participar en la Guerra Civil de los Mil días que derrotó al general Rafael Uribe Uribe, donde llegó al grado de capitán; que participa en el Batallón Colombia en Panamá durante los acontecimientos de la pérdida del Istmo en 1903, lugar donde se encuentra en ese momento. Inconforme con la decisión de esas tropas de no luchar para defender la soberanía nacional, pide la baja del Ejército y en Barranquilla se alista con otros voluntarios en una expedición de colombianos que deciden ir a Panamá para impedir su separación. Esa expedición fracasa, porque muchos de los participantes mueren de hambre y de peste en el camino. Mahecha regresa a Cartagena en 1904 y se afilia a la Sociedad Obrera de Calamar. Este es el comienzo de su lucha al lado de los trabajadores y de las poblaciones más vulnerables entre los colombianos, y de su peregrinar por distintos lugares de la geografía nacional, principalmente del Río Magdalena, de las regiones cafeteras del occidente y de la zona bananera de la Costa Atlántica”.
Hay que anotar que Mahecha tiene una rápida y profunda transformación, ya que evoluciona de conservador en su juventud, a una postura socialcristiana un poco después, hasta una concepción comunista y revolucionaria en la década de 1920.
En su trabajo de agitación, educación y formación en las zonas cafeteras del viejo Caldas, el Tolima y Cundinamarca suele recurrir a trucos ingeniosos, a contar cuentos, historias de duendes y de hadas, con lo cual se familiariza con las creencias ancestrales de los habitantes ribereños. En la Dorada asesora en 1922 la exitosa huelga de los trabajadores del ferrocarril y en septiembre de ese año se traslada a Barrancabermeja, con el fin de colaborar en la formación de un sindicato de los trabajadores petroleros del enclave de la Tropical Oíl Company (TROCO). Al respecto comenta:
“Comenzamos a preparar espiritualmente a los trabajadores, valiéndonos del periódico Vanguardia Obrera que editábamos por medio de una imprenta volante de mi propiedad, que antes me proporcionaba los medios de vida, y luego de la huelga fue destruida y destrozada, lo mismo que mis muebles”.
En sus periódicos se denuncian las iniquidades de la compañía estadounidense y las desastrosas condiciones de vida de la población trabajadora. Con gran brío y constancia, Mahecha señala a la empresa, en complicidad con los gobernantes colombianos y las clases dominantes, como la responsable de las pésimas condiciones de vida de la población. Por las calumnias de la TROCO, tuvo que soportar amenazas, multas y luego prisión, y el ostracismo tras las huelgas petroleras de 1924 y 1927.
En 1927 fue capturado y confinado en Tunja, donde se le somete al terrible suplicio del cepo, como queda registrado en una memorable fotografía de la época. Recupera la libertad, pero tiene prohibido regresar a la zona bananera. Sin embargo, él, llevando, siempre consigo, su imprenta portátil, se refugia clandestinamente en diversos sitios del río Magdalena, hasta llegar a la zona bananera a comienzos de 1928, para librar, junto a campesinos, peones y jornaleros, un nuevo combate contra los enclaves estadounidenses. Allí, ayuda a organizar la huelga, la cual termina con la masacre del 5 de diciembre y días subsiguientes en Ciénaga y otros lugares del emporio bananero de la United Fruit Company, Mahecha es perseguido con saña por las tropas del general Carlos Cortés Vargas, carnicero de las bananeras, e incluso la prensa anuncia su captura y muerte en combate.”
DESPUÉS DE LA DÉCADA DE LOS AÑOS 60
Yo recuerdo que, en mi infancia, en la década del 60, en medio de la notoria presencia militar en las calles y de los sucesivos decretos de Estado de Sitio con que los gobiernos de la dupla liberal-conservadora sometían cualquier rebeldía de los ciudadanos, aún sobrevivían en los barrios bogotanos artesanos del calzado, de la sastrería y la peluquería que, casi de manera clandestina, transmitían a su apreciada clientela comentarios de la tensión política de la época, y que por sus pequeñas casas y locales pasaban historias del asesinato de Guadalupe Salcedo, de los atrevimientos del teniente anapista, Alberto Cendales, y de las atrocidades que cometían los bandoleros Efraín González, Sangrenegra y Chispas, los más conocidos entre un centenar de bandidos, los que a veces se portaban como Robin Hood y otras como los peores criminales. Las historias de esos maleantes, sin Dios ni ley, que circulaban en aquellos talleres constituían una auténtica comunicación popular, que también renovaba los cuentos y las leyendas campesinas.
La imagen que tengo de estos talleres, con los aromas que procedían de sus objetos de trabajo, la relaciono con los cuentos que sobre ellos leí más tarde en obras de autores como Gabriel García Márquez y Hernando Téllez. Después, a los jóvenes se nos invitaba a leer esténciles y otros papeles impresos en mimeógrafos, olorosos a tinta, donde salían proclamas y declaraciones de los sindicatos, de los campesinos y los trabajadores organizados y de los grupos alzados en armas.
Algo de esas expresiones de una Colombia nacional (opuesta al país político) llegó también a la Radio Sutatenza, que creó el padre, después obispo, José Joaquín Salcedo, desde la población de Sutatenza, en Boyacá, cuyo mayor aporte fue poner la radio al servicio de la educación popular. Todavía hay mucha gente agradecida con este programa, porque allí aprendieron a leer, a contar números y a narrar historias, y, también, a medio escribir, porque en esta área los esfuerzos fueron menos significativos, y hoy está claro que no se puede leer sin escribir, y viceversa. Pero también, en esta Colombia del siglo XXI hay inmensas cantidades de personas que todavía necesitan un programa semejante, tanto en las periferias de las populosas ciudades como en las perdidas veredas de los municipios.
Más tarde, viene la creación de la revista Alternativa, por parte de Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón, Daniel Samper Pizano, Jorge Gómez Pinilla, Antonio Caballero, Orlando Fals Borda y otros periodistas, diseñadores y caricaturistas, revista que significó enfrentar la información manipulada que traían los grandes medios, desde miradas más comprometidas con el movimiento social, sindical y cultural de Colombia.
Pero, por alguna razón que refleja el crecimiento y, a pesar de las dificultades, la asunción de una tradición de buen periodismo que, como hemos visto, se enraíza en los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, los intelectuales populares, en los barrios de las grandes ciudades y en las capitales de departamentos, intendencias y comisarías, comenzaron a producir sus propios medios alternativos, tratando de alejarse de los partidos políticos que los habían utilizado.
En todas las localidades bogotanas hubo expresiones de ese aliento de libertad con que los jóvenes de entonces asumimos el gobierno del conservador Belisario Betancur y sus promesas de acabar la guerra interna y de eliminar las condiciones estructurales que explican la desigualdad y la injusticia que hemos vivido los colombianos. No solo estrenamos muros para dibujar palomas, sino que empezamos a encontrarnos con nuestros vecinos y a conocer los barrios como la palma de nuestras manos.
En San Cristóbal, donde he vivido casi toda mi vida, allí al suroriente de la ciudad, los artistas y comunicadores populares nos alimentamos de un medio alternativo netamente cultural, que era la revista Materile, divulgadora de narraciones orales y de obras de teatro, y también de la revista Colombia Hoy, que trato de recordar que hacía el CINEP o Dimensión Educativa.
Luego, contra viento y marea, nosotros fundamos nuestros propios medios de comunicación en las décadas de los ochenta y los noventa, como fueron las revistas Gacetarte, El Tizón, y los periódicos El Vecino y el Ya Casi, este último de las hermanas de La Asunción que venían trabajando con el padre Perezón, en el barrio Atenas, y también la primera emisora comunitaria que tuvo el suroriente, que fue Vientos Estéreo.
Hay que hablar con Carlos Acero y Hernando Urrutia para sentir el entusiasmo con que trabajaron la comunicación en la década de los ochenta, en Usme, con una bicicleta parlante, o con doña Miryam Gómez, en Altamira, para saber cómo trabajaron una radio-revista que divulgaban a través de los casetes magnetofónicos que ponían a circular en altoparlantes de las juntas comunales y en los microbuses y camionetas del servicio de transporte informal, en la localidad de San Cristóbal.
Esos procesos, a pesar de las dificultades que hoy atraviesan, son unos verdaderos sobrevivientes, que al final de cada mes no han completado el dinero para pagar servicios públicos de la emisora, pero que, para cumplir su misión y su visión comunitaria, mantienen grandes contenidos al servicio de sus oyentes.
Ahora son una red de emisoras comunitarias en Bogotá, y a veces trabajan enlazados con Suba al Aire, La Norte, La Boyacense, Radio Sur y otras emisoras de la ciudad, que tienen similares nacimientos, siempre contra viento y marea, y contra administraciones que, antes de una tutela que las protegió en 2010 (propuesta por el intelectual Jesús Martín-Barbero y el abogado Rodrigo Uprimny, que representaron a todo un movimiento radial históricamente ninguneado por las autoridades), las han perseguido y las han despojado de sus equipos, logrados con sangre, sudor y lágrimas, y ahora, por lo menos las respetan y garantizan el libre derecho a la expresión ciudadana.
Con el crecimiento de otros sectores de los artistas, del Hip Hop, el Rap y otras expresiones musicales en las 20 localidades bogotanas, y con el desarrollo de comunidades antes marginales, como las mal llamados discapacitadas (que son multicapacitados), los grupos deportivos y las conquistas libertarias de género y de comunidades LGTBI, los medios alternativos siguen dando la batalla por la ampliación de los derechos ciudadanos.
Por Óscar Bustos B.
Fue a principios del siglo XX, con el surgimiento del capitalismo en Colombia, que emergió también, de manera contestaria, el periodismo obrero y popular. Las figuras emblemáticas del movimiento obrero, María Cano, Ignacio Torres Giraldo y Raúl Eduardo Mahecha influyeron en los artesanos y asalariados de la época, en la lucha por los tres ochos: ocho horas de estudio, ocho de trabajo y ocho de sueño; derechos que cien años después no se han cumplido en gran parte de la sociedad colombiana. Mahecha, que era tinterillo, curandero y homeópata, era también un periodista infatigable, que editaba periódicos populares con su imprenta portátil, que transportaba cargada en una mula. Se llamaban El Baluarte, El Luchador, Vanguardia Obrera y Germinal, publicados en Girardot, Medellín y Barrancabermeja, respectivamente, algunos de cuyos ejemplares están en las bibliotecas Nacional y Luis Ángel Arango. Sin conocer, así fuera uno solo de esos periódicos, no podríamos entretejer los eslabones que construyen la tradición de un periodismo verdaderamente alternativo y popular.
Además, Mahecha es un personaje en busca de autor. Los novelistas y los cinematografistas están en mora de escribir una novela o de hacer una película con este personaje protagónico, que a los 11 años “fue reclutado en El Guamo (Tolima) por los conservadores, para participar en la Guerra Civil de los Mil días que derrotó al general Rafael Uribe Uribe, donde llegó al grado de capitán; que participa en el Batallón Colombia en Panamá durante los acontecimientos de la pérdida del Istmo en 1903, lugar donde se encuentra en ese momento. Inconforme con la decisión de esas tropas de no luchar para defender la soberanía nacional, pide la baja del Ejército y en Barranquilla se alista con otros voluntarios en una expedición de colombianos que deciden ir a Panamá para impedir su separación. Esa expedición fracasa, porque muchos de los participantes mueren de hambre y de peste en el camino. Mahecha regresa a Cartagena en 1904 y se afilia a la Sociedad Obrera de Calamar. Este es el comienzo de su lucha al lado de los trabajadores y de las poblaciones más vulnerables entre los colombianos, y de su peregrinar por distintos lugares de la geografía nacional, principalmente del Río Magdalena, de las regiones cafeteras del occidente y de la zona bananera de la Costa Atlántica”.
Hay que anotar que Mahecha tiene una rápida y profunda transformación, ya que evoluciona de conservador en su juventud, a una postura socialcristiana un poco después, hasta una concepción comunista y revolucionaria en la década de 1920.
En su trabajo de agitación, educación y formación en las zonas cafeteras del viejo Caldas, el Tolima y Cundinamarca suele recurrir a trucos ingeniosos, a contar cuentos, historias de duendes y de hadas, con lo cual se familiariza con las creencias ancestrales de los habitantes ribereños. En la Dorada asesora en 1922 la exitosa huelga de los trabajadores del ferrocarril y en septiembre de ese año se traslada a Barrancabermeja, con el fin de colaborar en la formación de un sindicato de los trabajadores petroleros del enclave de la Tropical Oíl Company (TROCO). Al respecto comenta:
“Comenzamos a preparar espiritualmente a los trabajadores, valiéndonos del periódico Vanguardia Obrera que editábamos por medio de una imprenta volante de mi propiedad, que antes me proporcionaba los medios de vida, y luego de la huelga fue destruida y destrozada, lo mismo que mis muebles”.
En sus periódicos se denuncian las iniquidades de la compañía estadounidense y las desastrosas condiciones de vida de la población trabajadora. Con gran brío y constancia, Mahecha señala a la empresa, en complicidad con los gobernantes colombianos y las clases dominantes, como la responsable de las pésimas condiciones de vida de la población. Por las calumnias de la TROCO, tuvo que soportar amenazas, multas y luego prisión, y el ostracismo tras las huelgas petroleras de 1924 y 1927.
En 1927 fue capturado y confinado en Tunja, donde se le somete al terrible suplicio del cepo, como queda registrado en una memorable fotografía de la época. Recupera la libertad, pero tiene prohibido regresar a la zona bananera. Sin embargo, él, llevando, siempre consigo, su imprenta portátil, se refugia clandestinamente en diversos sitios del río Magdalena, hasta llegar a la zona bananera a comienzos de 1928, para librar, junto a campesinos, peones y jornaleros, un nuevo combate contra los enclaves estadounidenses. Allí, ayuda a organizar la huelga, la cual termina con la masacre del 5 de diciembre y días subsiguientes en Ciénaga y otros lugares del emporio bananero de la United Fruit Company, Mahecha es perseguido con saña por las tropas del general Carlos Cortés Vargas, carnicero de las bananeras, e incluso la prensa anuncia su captura y muerte en combate.”
DESPUÉS DE LA DÉCADA DE LOS AÑOS 60
Yo recuerdo que, en mi infancia, en la década del 60, en medio de la notoria presencia militar en las calles y de los sucesivos decretos de Estado de Sitio con que los gobiernos de la dupla liberal-conservadora sometían cualquier rebeldía de los ciudadanos, aún sobrevivían en los barrios bogotanos artesanos del calzado, de la sastrería y la peluquería que, casi de manera clandestina, transmitían a su apreciada clientela comentarios de la tensión política de la época, y que por sus pequeñas casas y locales pasaban historias del asesinato de Guadalupe Salcedo, de los atrevimientos del teniente anapista, Alberto Cendales, y de las atrocidades que cometían los bandoleros Efraín González, Sangrenegra y Chispas, los más conocidos entre un centenar de bandidos, los que a veces se portaban como Robin Hood y otras como los peores criminales. Las historias de esos maleantes, sin Dios ni ley, que circulaban en aquellos talleres constituían una auténtica comunicación popular, que también renovaba los cuentos y las leyendas campesinas.
La imagen que tengo de estos talleres, con los aromas que procedían de sus objetos de trabajo, la relaciono con los cuentos que sobre ellos leí más tarde en obras de autores como Gabriel García Márquez y Hernando Téllez. Después, a los jóvenes se nos invitaba a leer esténciles y otros papeles impresos en mimeógrafos, olorosos a tinta, donde salían proclamas y declaraciones de los sindicatos, de los campesinos y los trabajadores organizados y de los grupos alzados en armas.
Algo de esas expresiones de una Colombia nacional (opuesta al país político) llegó también a la Radio Sutatenza, que creó el padre, después obispo, José Joaquín Salcedo, desde la población de Sutatenza, en Boyacá, cuyo mayor aporte fue poner la radio al servicio de la educación popular. Todavía hay mucha gente agradecida con este programa, porque allí aprendieron a leer, a contar números y a narrar historias, y, también, a medio escribir, porque en esta área los esfuerzos fueron menos significativos, y hoy está claro que no se puede leer sin escribir, y viceversa. Pero también, en esta Colombia del siglo XXI hay inmensas cantidades de personas que todavía necesitan un programa semejante, tanto en las periferias de las populosas ciudades como en las perdidas veredas de los municipios.
Más tarde, viene la creación de la revista Alternativa, por parte de Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón, Daniel Samper Pizano, Jorge Gómez Pinilla, Antonio Caballero, Orlando Fals Borda y otros periodistas, diseñadores y caricaturistas, revista que significó enfrentar la información manipulada que traían los grandes medios, desde miradas más comprometidas con el movimiento social, sindical y cultural de Colombia.
Pero, por alguna razón que refleja el crecimiento y, a pesar de las dificultades, la asunción de una tradición de buen periodismo que, como hemos visto, se enraíza en los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, los intelectuales populares, en los barrios de las grandes ciudades y en las capitales de departamentos, intendencias y comisarías, comenzaron a producir sus propios medios alternativos, tratando de alejarse de los partidos políticos que los habían utilizado.
En todas las localidades bogotanas hubo expresiones de ese aliento de libertad con que los jóvenes de entonces asumimos el gobierno del conservador Belisario Betancur y sus promesas de acabar la guerra interna y de eliminar las condiciones estructurales que explican la desigualdad y la injusticia que hemos vivido los colombianos. No solo estrenamos muros para dibujar palomas, sino que empezamos a encontrarnos con nuestros vecinos y a conocer los barrios como la palma de nuestras manos.
En San Cristóbal, donde he vivido casi toda mi vida, allí al suroriente de la ciudad, los artistas y comunicadores populares nos alimentamos de un medio alternativo netamente cultural, que era la revista Materile, divulgadora de narraciones orales y de obras de teatro, y también de la revista Colombia Hoy, que trato de recordar que hacía el CINEP o Dimensión Educativa.
Luego, contra viento y marea, nosotros fundamos nuestros propios medios de comunicación en las décadas de los ochenta y los noventa, como fueron las revistas Gacetarte, El Tizón, y los periódicos El Vecino y el Ya Casi, este último de las hermanas de La Asunción que venían trabajando con el padre Perezón, en el barrio Atenas, y también la primera emisora comunitaria que tuvo el suroriente, que fue Vientos Estéreo.
Hay que hablar con Carlos Acero y Hernando Urrutia para sentir el entusiasmo con que trabajaron la comunicación en la década de los ochenta, en Usme, con una bicicleta parlante, o con doña Miryam Gómez, en Altamira, para saber cómo trabajaron una radio-revista que divulgaban a través de los casetes magnetofónicos que ponían a circular en altoparlantes de las juntas comunales y en los microbuses y camionetas del servicio de transporte informal, en la localidad de San Cristóbal.
Esos procesos, a pesar de las dificultades que hoy atraviesan, son unos verdaderos sobrevivientes, que al final de cada mes no han completado el dinero para pagar servicios públicos de la emisora, pero que, para cumplir su misión y su visión comunitaria, mantienen grandes contenidos al servicio de sus oyentes.
Ahora son una red de emisoras comunitarias en Bogotá, y a veces trabajan enlazados con Suba al Aire, La Norte, La Boyacense, Radio Sur y otras emisoras de la ciudad, que tienen similares nacimientos, siempre contra viento y marea, y contra administraciones que, antes de una tutela que las protegió en 2010 (propuesta por el intelectual Jesús Martín-Barbero y el abogado Rodrigo Uprimny, que representaron a todo un movimiento radial históricamente ninguneado por las autoridades), las han perseguido y las han despojado de sus equipos, logrados con sangre, sudor y lágrimas, y ahora, por lo menos las respetan y garantizan el libre derecho a la expresión ciudadana.
Con el crecimiento de otros sectores de los artistas, del Hip Hop, el Rap y otras expresiones musicales en las 20 localidades bogotanas, y con el desarrollo de comunidades antes marginales, como las mal llamados discapacitadas (que son multicapacitados), los grupos deportivos y las conquistas libertarias de género y de comunidades LGTBI, los medios alternativos siguen dando la batalla por la ampliación de los derechos ciudadanos.






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