Nuestra Emisora

domingo, 18 de octubre de 2020

COMO NOS MIRAN EN EL MUNDO HOY?

Foto en la Red.  Comentario de UrdimbreRadio-  Marcha hoy en Madrid.

  Con natural preocupación se ve hoy, y con frecuencia, a jóvenes marchar pacíficamente en solidaridad con nuestra patria hoy acongojada por tantas penurias, especialmente para los jóvenes.  Sobre ellos recaerán las reformas, tributarias, pensionales y hasta judicial, de tal manera que se conforman grupos de denominados No Futuro.

A las duras condiciones de la pandemia, se deben sumar las de crímenes soterrados en las regiones, el feminicidio y los que se consideran el diario cotidiano, de los asesinatos por robos de los que son victimas, en atracos callejeros,  motivados por la apremiante necesidad de supervivencia de otros tantos.  Pero lo que colma la situación ha sido la crisis política y des-Estado en que Colombia se ha sumergido por la voluntad del mismo gobierno y la clase dirigente del pais.

Las absurdos nombramientos de personas carentes de idoneidad, criterios propios y lo que de esto se deriva, han convertido en una verdadera maraña de corrupción e interferencias a la legitimidad de las instituciones mismas, las que no están a salvo de legitimidad y autonomía.  El incierto futuro es hoy, mas que nunca en el pais, y en las diferentes esferas de respuestas de oposición y movimientos ciudadanos, parece que la desesperanza se esparce por doquier, aunado a la pandemia y sus consecuencias a futuro muy cercano. 

No se habían registrado cifras tan altas de pobreza y desempleo en el pais, desde hace 40 años, además de la violencia indiscriminada de lideres sociales, de movimientos ambientalistas, o sencillamente indefensos jóvenes que no han cumplido con las medidas sanitarias impuestas. Hay crimines de todo tipo hoy, y por doquier. 

Pero que pasa con el des-estado?  Es una grave consecuencia que llevamos hasta estos limites, y que infortunadamente, parece no detenerse en el corto plazo... Las decadentes posiciones de una extrema derecha, que se niega a reconocer una crisis tan evidente y que urge de cambios sustanciales y medidas de fondo para transformar sino los idearios, por lo menos el respeto a la democracia, que para bien ha caracterizado a América Latina, por tradición.

Hoy no es gratuito que quienes están en la presidencia de Brasil, con Bolsonaro, Chile de Piñeira y Colombia con Duque hayan estrechado vínculos de derechistas con Trump perfectamente alineados. como barreras antidemocráticas y fascistas, si pudiera admitir el termino, para ilustrar el panorama.   Las izquierdas de otrora fueron derrotadas con campañas mediáticas, para el caso de Colombia, el plebiscito por la Paz y un proceso de pacificación en crecimiento aún.

Lo que estamos viendo hoy con Donald Trump, en Estados Unidos; Jair Bolsonaro, en Brasil; Viktor Orbán, en Hungría, o Narendra Modi, en India, sería entonces el resurgimiento de características del fascismo en regímenes democráticos, algunos de ellos populistas. ¿Es un giro contrario entonces al ocurrido después de 1945? ¿Cómo y por qué ocurre ahora?

P.P.: Los cambios en la economía global y la manera en que las economías y las poblaciones de países más o menos industrializados están más interconectadas han causado respuestas defensivas en algunas sociedades. La ultraderecha se beneficia de esta situación. Desde hace unos años hemos visto, sobre todo en Europa y en Estados Unidos, cómo la extrema derecha utiliza la xenofobia y el racismo como recursos para obtener avances electorales entre los sectores que se sienten amenazados, por ejemplo por migrantes. La ultraderecha usa como pretexto a inmigrantes y refugiados que huyen de guerras civiles y desastres ambientales. En el caso de Estados Unidos, este aspecto del programa del trumpismo se expresó a través del racismo contra los mexicanos y la obsesión por construir una muralla en la frontera. Esto ha permitido también dar cohesión a grupos armados de ultraderecha que ya existían y habían usado el terrorismo pero que ahora ven a Trump como su líder. Finalmente, la expansión de redes sociales como Facebook ha permitido la diseminación de teorías conspirativas y mentiras que la prensa tradicional hubiera por lo menos demorado. Todo esto ha producido una combinación de fuerzas que pone en riesgo la democracia misma y no solo en Estados Unidos

F.F.: Lo que vemos efectivamente en el presente es un retorno de los populistas a los elementos centrales del fascismo, pero en democracia. Son populismos aun, porque están haciendo esto en democracia, pero lo que es nuevo es que están retomado características del fascismo que parecen ya no ser tabú. Lo que había eliminado el populismo después de la Segunda Guerra vuelve. El peligro empieza a hacerse visible cuando el discurso del líder y su partido es xenofóbico, cuando él y su partido mienten para crear un enemigo interno que se criminaliza, y cuando se militariza la política y se exalta la violencia como estrategia de poder y de orden. Trump tiene un discurso decididamente racista. En sus primeras intervenciones como presidente afirmaba que los mexicanos eran violadores y un gran peligro para Estados Unidos. Bolsonaro es indudablemente homófobo, misógino y racista, y los ejemplos abundan. Lo que todavía no vemos en estos gobiernos es la dictadura. La dictadura sería lo que nos permitiría decir que alguien como Trump o como Bolsonaro, o como Uribe, es fascista. Pero que no sean líderes de un régimen fascista ya conformado no quiere decir que no exista el peligro del fascismo. El fascismo de hoy representa un peligro distinto al del que perpetró el universo de Auschwitz. Sus asesinatos no son organizados quizás únicamente desde el Estado, pero su influencia es enorme: el presidente y su partido tienen una inesperada y con alcance global desde la cual se normalizan constantemente argumentos y lógicas que fueron fascistas. Aunque los gobiernos a ambos lados del Atlántico parecieran en algunos casos incluso no tener una relación directa con actos de violencia cotidiana, tienen una responsabilidad moral y ética por fomentar un clima de violencia fascista.


Vamos entonces por partes. La xenofobia es entonces evidencia del posible ascenso de un régimen fascista cuando se convierte en un discurso del líder y de su partido. ¿Una de las estrategias fascistas es entonces la creación de un enemigo interno que, supongo, no necesariamente está definido por su raza o su etnicidad, sino también por su ideología?

P.P.: Sí. Es importante recordar que los movimientos fascistas son nacionalistas y son diferentes en cada país y en su reclamo de una identidad nacional y entonces no es una cuestión estrictamente racial. Aunque el enemigo pueda ser diferente, lo que sí ha sido recurrente en América Latina es el uso de la violencia para aniquilar al enemigo y también el uso de un lenguaje de criminalización de algún sector de la población. En Estados Unidos, por supuesto, hay un discurso racista, pero también ataques a periodistas, inmigrantes, musulmanes y movimientos de protesta que se han convertido ya en objeto de amenazas de la Casa Blanca. Estos grupos son señalados como delincuentes, como subhumanos en cierta forma, y la violencia sobre ellos termina por considerarse apropiada. Creo que habría que tener esto en cuenta al pensar en Colombia. Habría que empezar a pensar en estrategias fascistas si se crea un enemigo interno abstracto que cobra forma en actores o personas específicas. El enemigo puede personificarse en los inmigrantes de países vecinos, o en una versión distorsionada del socialismo, o en la invención del castrochavismo o de las nuevas Farc. Es un enemigo imaginario, que termina por incluir a cualquier persona que cuestione al líder: miembros de partidos de oposición, de medios de comunicación o de organizaciones de derechos humanos, aunque no compartan entre ellos necesariamente una ideología. Este enemigo común primero se crea, luego se estigmatiza y se persigue, y finalmente debe ser eliminado.

Vamos entonces por partes. La xenofobia es entonces evidencia del posible ascenso de un régimen fascista cuando se convierte en un discurso del líder y de su partido. ¿Una de las estrategias fascistas es entonces la creación de un enemigo interno que, supongo, no necesariamente está definido por su raza o su etnicidad, sino también por su ideología?


F.F.: Para decirlo en términos simples: todos los políticos mienten, pero la diferencia entre un político comunista, liberal, socialista o conservador y un político fascista es que el político fascista cree en sus mentiras. Incluso cuando reconoce que hay mentiras en su discurso, piensa que están al servicio de una verdad trascendente y absoluta que, además, no tiene que ser demostrable. Es decir, es la verdad del líder omnisciente. En el libro que acabo de publicar trazo estas ideas en distintos fascismos en el siglo XX, desde Colombia a Argentina, de Italia a Alemania y de la India a Japón, y trato de entender cómo el líder y sus adeptos presentan estas mentiras como verdades que no necesitan ser demostrables porque están relacionadas con la fe. Es la verdad de una religión, de un culto político. Alguien como Francisco Franco podría decir algo tan contradictorio como que “la democracia verdadera” estaba representada por su dictadura. Para sus seguidores no había contradicción aparente, pues los fascistas reemplazan la teoría de la representación con la teoría de la delegación absoluta, que es la delegación de la fe en un mito viviente o prácticamente, un dios en la tierra. (El Espectador )



 

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