Nuestra Emisora

viernes, 15 de diciembre de 2017

COMO ENTENDER LA DIVERSIDAD COMO UN POTENCIAL DE TRANSFORMACIÓN















Foto Ilustracion Juan  Soriano
  para  Periódico EL TIEMPO.

  Escrito por: Gabriela A. Arciniegas.
     Comentario de Urdimbre.


¨Cuando nos miramos a un espejo, estamos ante el reto de
 ¨apreciarnos a través de¨  tanta riqueza que nos 
ha brindado el mestizaje propio de nuestras 
culturas ancestrales. 

 Riqueza que se debe traducir en formas de reencuentro

 pacificador de almas primigenias, que todos llevamos 

incorporadas en la genética.  

En nosotros habita el saber indígena, el cimarronaje afro, y el cuidador 

de las montañas y llanuras que tomo vida en el interior del país.  

Es por lo tanto un buen vivir, entender la procedencia y 
entrelazar los hábitos culturales para acercarnos, y no
 para hacernos diferentes, como  ha sido visto el 
concepto de diversidad etnica , a través de los tiempos.  

Hoy tenemos el reto de  DES -APRENDER los 
estereotipos con los cuales crecimos, 
de manera erronea. El reto es inmenso..´
Comentario de Urdimbre.

Cuando el concepto que estaba sobre la mesa 
mucho antes de que hiciera su aparición el tema
 de la identidad sexual, y que aún continúa sin 
resolverse. Me refiero a la diversidad cultural 
y étnica que nos ha acompañado siempre, pero 
que se ha pasado por alto a la hora de pensar
 en Colombia como un todo.

Colombia es un país con treinta y dos países 
adentro.Pero quiero que nos fijemos 
en las siguientes cifras: 
según el censo del Dane en 2005, la población 
colombiana se compone de un 37 % de blancos, 
un 10,6 % de negros, un 3,4 % de indígenas, 
un 0,01 % de gitanos y un 48,9 % de mestizos. 
Sin embargo, tales porcentajes son ampliamente
 discutibles. Primero, hay que revisar los 
parámetros que usan para consideran ‘blanca’ o ‘
mestiza’ a una persona. 


En mi caso, mi piel es blanca, mis apellidos son 
españoles, pero tengo raíces indígenas, 
como muchos. 

Ahora, hagamos también la aclaración de que un 
español ya viene mezcladito con cuchara. 

En segundo lugar, en el porcentaje de mestizos, 
que suma casi la otra mitad de la población, 
quizá un mulato o un zambo de piel canela o 
chocolate con leche se encuentren en esta parte 
de la torta, pero a la hora de conseguir trabajo, 
esa persona será mirada igual que un negro. 



En Colombia, las clases sociales son étnicas y 
el tono de piel 
es un factor importante en la interacción social. 
Así que no solo hay que revisar esos parámetros, 
sino que además hay que relativizarlos.

 Comencemos por ese 3,4 % indígena. 
Más allá de si se tomaron las etnias o solo un 
aspecto racial, en ese estrecho porcentaje están
 contemplados los hablantes de sesenta y cinco 
lenguas diferentes, en veintidós de los treinta 
y dos departamentos, 
lo cual habla de más de cincuenta culturas 
sometidas al exterminio o a la transculturación.
 Caso parecido con los negros, procedentes de 
unas veinticinco etnias.
Por lo tanto, esas cifras corresponden a una 
visión pervertida, sesgada por el color. 



Tabla rasa. Es lo que hace la guerra. Igual que 
durante las campañas libertadoras, esas mismas 
categorías raciales, hoy, o sirven a un poder, o quedan 
en el fuego cruzado, negreados, invisibilizados. 

Y terminan siendo el blanco. Porque las masacres 
no ocurren en las ciudades grandes: ocurren
en pueblos indígenas, negros, campesinos. 
Como si fuera un acuerdo 
de exterminio tácito entre bandos. 

Y para volverse un blanco móvil, en lo posible 
salir de la mirilla del fusil o la ametralladora, 
migran.



Yo que nací como un animal doméstico y citadino, 
viví la realidad de estar lejos de la guerra y lejos de
 esos otros universos culturales (solo viví las bombas 
de los 80 y 90). Sin embargo, 

ahora que vivo en Chile, veo que Colombia es 
el segundo país migrante  en estas latitudes 
después de Perú. 

Nuestros compatriotas vienen a trabajar por 
tres pesos a limpiar 
baños, barrer calles, a cuidar edificios, 

a contrabandear, los más afortunados, y el resto,
 a lo que puede; 
asaltar, prostituirse, bailar en las calles (no he hablado de 
las mujeres, pero son una cifra importante 
en esta realidad). 

En las quincenas, en las casas de giros, 
nuestros transterrados  (término de José Gaos) 
hacen filas que se alargan por una cuadra 
entera, para enviarles dinero a sus familias. 

Y adivinen qué. La mayor parte de
 inmigrantes son de facciones indígenas 
y afrodescendientes. 
Al hablar, delatan su acento paisa, valluno. 



Ahí es donde pienso en chistes como “mi celular 
es una flecha porque cualquier indio lo tiene”; 
esa obsesión por usar‘indio’ como un insulto, 
esa obsesión por diminutivos 
despectivos como ‘negrito’, ‘morenito’,
 o las nefastas expresiones de ‘pelo quieto’ 
y ‘pelo malo’, invisibilizan no solo el hecho 
apabullante de que somos diversos, 
sino la realidad cruda de que es esa fracción 
de la población colombiana la que está 
recibiendo los golpes. 

Es irónico que en los últimos cincuenta años 
casi todos los presidentes que hemos tenido 
son de provincia, más cercanos a la violencia, 
y sin embargo, ninguno ha velado por 
visibilizar ni proteger a esos sectores sociales.

 Los votantes no parecemos notarlo tampoco, 
nos preocupa más “poder salir a la finca”. 


Nuestro racismo es una ‘intrafobia’. Me permito 
el neologismo.Sufrimos una xenofobia con 
efecto bumerán, que nos termina 
golpeando en nuestros propios orígenes.

 Nos obsesiona distribuir la riqueza entre
 el sector ‘ario’ y dar educación y trabajo 
con pantanera en mano como quien va a 
retapizar muebles. 

Nuestro sistema de salud parece más un mecanismo
 de eugenesia que un derecho inapelable. 



Resulta hasta gracioso cómo nos empeñamos en
 blanquearnos, como si eso borrara el hecho de que
 todos los seres humanos vinimos de África,
 hasta los arios. Eso significa que 
todos venimos siendo primos. 

Y ya saben el dicho, que entre primos... 
deberíamos arrimarnos. 

Así que, como propósito de Semana Santa, 
en vez de irnos atomar yagé a la selva 
para solucionar nuestros problemas, ahora
 que ha pasado esta tragedia en Mocoa, 
y los abusos a niñas en La Guajira, 

vamos allá y preguntemos, 
¿qué puedo hacer yo por usted?”. 



Tenemos veintidós de treinta y dos departamentos 
sumidos en el olvido.

 Padecemos de subdesarrollo mental (perdón por 
desempolvar el término 
a falta de otro que le haga justicia).

 La única cura es coger el carro, un bus, 
un avión e ir a conocer 
a nuestros primos. Visibilizar esas 
comunidades. 
Hagamos algo realmente útil con ese 
hecho de que 
al fin podemos salir a la finca.



GABRIELA A. ARCINIEGAS

Poeta, traductora y narradora bogotana (1975). 
Autora de ‘Rojo Sombra’ (novela) y 
‘Sol menguante’ (poesía).

Especial para EL TIEMPO


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