POR: Doris lamus Canavate
Las mujeres y el género en los acuerdos de La Habana
Conocer el concepto de género, su contexto y dimensión permiten entender que este va más allá de la discusión de los Acuerdos de La Habana.
Qué es y para qué sirve “el género”
En el contexto de los debates que en estos días circulan por medios y redes, y que hacen referencia al “género”, considerado oportuno aportar algunos elementos a la comprensión de este, desde la académica.
Para la investigación, la teoría y la práctica política feminista, género es, en estricto sentido, una categoría de análisis, una herramienta de trabajo que para su uso, debe ser contextualizada teniendo en cuenta su origen, historia, trayectoria, sentidos, y pertinencia en relación con aquello que se discute o estudia.
Su capacidad más relevante como dispositivo analítico consiste en proveer de una concepción que permite ver, percibir, problematizar, cuestionar formas de dominación caracterizadas por la asimetría, la desigualdad, la invisibilidad de las mujeres frente a los hombres, existentes en la sociedad en general y en nuestro entorno inmediato.
Así mismo, provee de los criterios para coadyuvar en la transformación de tales condiciones. Las potencialidades de la categoría género sólo pueden ser comprendidas en la medida en que aceptemos la existencia de sociedades con profundas desigualdades entre hombres y mujeres, sin desconocer estructuras de poder que mantienen otras desigualdades.
El uso de la categoría género así entendida dota a quien la aplica de una visión crítica que enfatiza en los orígenes socioculturales, históricos y por tanto modificables de lo que entendemos como femenino y masculino –y, por supuesto, lo que puede estar más allá de esta dicotomía–. Así mismo, es una categoría relacional, que implica tanto al sujeto femenino como al masculino, las valoraciones sociales que sobre sus roles se construyen, al igual que sus relaciones con el conjunto social más amplio.
En consecuencia, relaciones de género en sociedades patriarcales (o de predominio masculino), son también relaciones de poder que hacen referencia a asimetrías, sometimientos, subordinaciones, brechas, desequilibrios entre hombres y mujeres. En este sentido, aplicar este análisis es asumir un enfoque o perspectiva de género, o sea, una visión crítica que permite hacer evidentes las subordinaciones construidas histórica, social y culturalmente, las cuales son interiorizadas mediante la socialización y asumidas como “naturales”.
Adicionalmente, en los sistemas jerárquicos de dominación, en ciertos grupos subordinados, coinciden varias discriminaciones sustentadas en otras características, además del sexo, las cuales hacen más vulnerables a las mujeres que las sufren y más injustas sus condiciones de existencia. Estas son las discriminaciones por razones económicas (explotación, exclusión, pobreza), o por raza/etnia, religión, orientación sexual, edad, generación, entre las más evidentes.
Así planteado el asunto, han existido en la historia de la humanidad, diversas estrategias de poder/dominación. Existen múltiples evidencias que dan cuenta de imperios construidos sobre la condición de sujeción de determinados grupos humanos. De hecho, el proyecto de la democracia moderna es un intento de limitar los excesos del poder sobre grupos y culturas aunque impregnado del sentido de superioridad de Occidente y su dominio patriarcal. Dicho de otro modo, las sociedades humanas se estructuraron a lo largo de la historia mediante la construcción del significado de la diferencia y del poder, atribuyendo a ciertos rasgos biológicos, los criterios de clasificación y jerarquización social que se han impuesto al ordenamiento mundial existente[1]. Frente a esas estructuras de dominación se erigen las distintas olas de conquistas de derechos humanos (Marshall, T. – Bottomore, T. 1998) en las cuales se destacan los de las mujeres y otros grupos negados o borrados como constituyentes de la sociedad y la ciudadanía.
En este contexto quiero subrayar que si bien el sexismo y la subordinación de las mujeres son una forma más de dominación y de sometimiento de las existentes, en este caso se trata de un poco más de la mitad de la población humana sojuzgada y sometida.
Podríamos revisar muchas culturas y seguramente encontraríamos en su seno sometimientos de diverso tipo: explotación económica, discriminación racial, servidumbre personal y sexual, entre otras muchas, así como diversos grupos afectados por ellos.
Son estas las formas en que el orden existente estructura y reproduce las desigualdades sociales; en esa ya larga historia, las mujeres han tenido que luchar por el reconocimiento y la igualdad de derechos en todas las sociedades modernas y contemporáneas.
Así entendido el uso de esta categoría, el logro de sociedades más incluyentes y democráticas pasa necesariamente por el reconocimiento de los derechos de igualdad/equidad entre su población. Problemas como el de la violencia machista no pueden ser prevenidos y menos “resueltos”, si no conferimos a las mujeres el lugar que les corresponde conforme a derecho. En el contexto de guerra, conflicto y violencia, las mujeres son objeto de todo tipo de violencias y violaciones de manera exacerbada por parte de los actores armados, y sus vulnerabilidades multiplicadas exponencialmente.
Cómo entra el género en los acuerdos de La Habana
En Colombia, igual que en la mayoría de los países de América Latina, así como en Europa y Norteamérica se ha venido desarrollando desde finales de la década de los años 80 una estrategia global[2] de inclusión de las mujeres como ciudadanas, con derechos y capacidades iguales a las de los hombres y abandono del rezago de prácticas arcaicas.
En este sentido y reduciendo el ámbito de referencia, en Colombia contamos con avances e intentos progresivos, por lograr la inclusión de las mujeres en la vida de la nación. El Gobierno Nacional tiene desde hace varias décadas una política para la equidad de la mujer, así como cada región, territorio, departamento o municipio, tiene su política de mujer y género en su plan de desarrollo. Lo grave aquí es que la lucha por la conquista de estos reconocimientos apenas inicia y en muchos casos lo que menos se nota son las acciones encaminadas a ampliar efectivamente los beneficios que a las mujeres les corresponden[3].
En otros términos, una política de equidad de género no es ajena a la sociedad colombiana. La Constitución del 91 trae ya una significativa apertura hacia el reconocimiento de derechos económicos, sociales y políticos para las mujeres. Tampoco es un asunto (“el género”) “encriptado”, oculto, malintencionado.
Que sea una lucha contra la invisibilidad y la hegemonía patriarcal, es otra cosa. Es decir, que hasta ahora nos vean y nos vean como un peligro es otra bien distinta. De hecho, purgar la “ideología de género”, es una intención muy afín con un pensamiento no solo de derecha y conservador, con todo el respeto que estas posturas se merecen, sino sobre todo fundamentalista.
Es una ida afín a la de los españoles y la Iglesia Católica en su proyecto de conquista a partir de 1492, de “extirpar las idolatrías” e imponer en su lugar la religión católica y las prácticas europeas, con el borramiento que ello implicó. Hoy esos herederos de la fe impuesta violentamente, son quienes combaten las aspiraciones de igualdad de derechos de la mitad de la población colombiana.
Es el mismo miedo, la misma angustia existencial de quienes ven en cada feminista, en cada ateo, en cada persona diversa, un peligro para el statu quo, es decir, para el sistema de dominación existente. Que Dios nos proteja, porque vienen los inquisidores y sus acólitos, con todas las mujeres que prefieren seguir en esa senda.
Insisto, nada está oculto. La creación de una Subcomisión de Género[4] en las conversaciones de La Habana es una enorme conquista de las mujeres en el horizonte de ampliar sus derechos y hacer visible la crueldad, la crudeza, el dolor, el sacrificio que para ellas han representado tantos años de matanzas fratricidas, pérdidas irreparables, en medio del olvido, la pobreza, las carencias de trabajo, ingresos, tierra, salud, educación. No es de extrañar que el sí ganara en la periferia de Colombia.
La presencia de representantes y voceras mujeres en esos diálogos es una experiencia única, primera, en la historia de países en conflictos armados de larga data. En todos los otros casos, desde la Revolución Francesa, las mujeres llegan, trabajan en todos los frentes y luego, cuando los ganadores asumen el poder, las mandan para la casa o mejor, a la guillotina, como a Olympia de Gouges, por promulgar los derechos de las mujeres y las ciudadanas (1791).
Lo que llamamos la agenda de género en los acuerdos de La Habana son las demandas de y para las mujeres de Colombia, de las del sí y de las del no, y de las que no saben que están inmersas en tales líos. Y cada una de tales demandas responde a los problemas estructurales que las mujeres, sobre todo en el campo, en los territorios de población indígena y afrocolombiana, han padecido bajo el imperio del poder de la guerra y la violencia.
Cada una de estas reivindicaciones y su conquista han sido en muy buena medida, producto de un ejercicio sostenido a través de varias décadas, de presencia política de mujeres organizadas en todo el país. Así las cosas, las mujeres reiteramos que somos firmantes en ese acuerdo, que somos más de la mitad de la población y que sin las mujeres no es posible ninguna forma de paz, ni de reconciliación en Colombia.
Referencias:
Lamus, Doris (2012). “Raza y etnia, sexo y género: El significado de la diferencia y el poder”. Reflexión Política, Vol. 14, No 27, pp. 68-84.
Marshall T. y Bottomore T. (1991). Ciudadanía y Clase social. Barcelona. Alianza.
Scott, Joan. (2010) ¿Género, todavía una categoría útil para el análisis? Manzana de la discordia. 6 (11), 95-101.
[1] Lo que no hemos conocido en la práctica es una sociedad equitativa, justa, respetuosa de la diferencia, esta sigue siendo quizás la más sentida de las utopías.
[2] Todos los organismos globales tienen instancias y políticas de género.
[3] El 21 de octubre pasado, las organizaciones de mujeres de Colombia, representadas por un grupo de ellas, presentaron al Presidente Santos una carta en la cual, además del respaldo a los acuerdos de La Habana y algunos temas relacionados, demandan el fortalecimiento técnico y financiero de la Consejería para la Equidad de la Mujer ya que “no se han visto traducidos los discursos sobre la importancia de las mujeres en la construcción de la paz en recursos para una política pública para ellas y el fortalecimiento de la institucionalidad responsable de tal política”.
[4] “La inclusión de un enfoque de género en un proceso de paz como éste no tiene antecedentes en el mundo y busca fundamentalmente crear condiciones para que mujeres, y personas con identidad sexual diversa puedan acceder en igualdad de condiciones a los beneficios de vivir en un país sin conflicto armado (…) La subcomisión de género, instalada el 11 de septiembre del 2014 y compuesta por mujeres y hombres, de cada una de las delegaciones revisó e incluyó el enfoque de género en los puntos 1: “Hacía un Nuevo Campo Colombiano: Reforma Rural Integral”, 2: “Participación Política, Apertura democrática para construir la paz” y 4: “Solución al Problema de las Drogas Ilícitas”, y acompañó la construcción del punto 5: “Víctimas” y los acuerdos alcanzados hasta el día de hoy en el punto 3: “Fin del Conflicto”. Ver Enfoque de Género en acuerdos de paz en: http://equipopazgobierno.presidencia.gov.co/prensa/Paginas/comunicado-conjunto-82-enfoque-genero-acuerdos-paz-habana-cololmbia.aspx
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