Nota tomada de EL ESPECTADOR
A orillas del arroyo Bruno los juncos, los guayacanes y las
acacias crecen sobre un delicado tapiz de musgo. La vegetación le da al agua
muchas tonalidades de verde que contrastan con el color beige, casi amarillo,
de las rocas que también comparten esa rivera. Para los dos hijos de Leobaldo
Sierra, que tienen 4 y 2 años de edad, es normal bañarse varias veces al día en
el Bruno pero Leobaldo sabe que es especial tener un río sin contaminación en
la parte de atrás de su casa y por eso se escandaliza con la sola probabilidad
de que la desviación que propone el Cerrejón lo dañe.
Tiene ese miedo porque este año Corpoguajira aprobó la
desviación del arroyo Bruno, que nace en la reserva natural de los Montes de
Oca y corre 26 kilómetros para encontrarse con el río Ranchería, que a su vez
es una de las principales fuentes superficiales de agua del departamento de la
Guajira. El Bruno además esconde 40 millones de toneladas de carbón bajo su
lecho así que en 2013 se volvió parte esencial del plan de expansión de la mina
el Cerrejón. La Agencia Nacional de Licencia Ambientales (Anla) y Corpoguajira
le dio las licencias al Cerrejón para cambiar el recorrido del río a lo largo
de 3.6 kilómetros y moverlo 700 metros al norte, más cerca de la carretera
principal.
La empresa socializó el proyecto con los habitantes de las
orillas del Bruno entre ellos la familia de Leobaldo Sierra que vive en la
comunidad La Orqueta y tiene como patio trasero uno de los pocos ecosistemas de
bosque seco tropical que quedan en Colombia. Aunque ellos no viven en la parte
de arroyo que se va a intervenir, tienen muchos reparos sobre el proyecto
porque, afirman, podría afectar al cuerpo de agua como un todo.
Con la modificación, el cuerpo de agua estaría atrapado entre una explotación minera a cielo abierto y una concurrida vía pavimentada. Leopoldo recuerda que cuando llegaron los funcionarios trajeron folletos con brillantes colores y lindos dibujos para explicarle cómo replantarían todos los árboles nativos a orillas del nuevo cauce y con ellos migrarían las especies que viven a orillas del río pero él no se explica cómo podrán desplantar esos centenarios árboles sin dañarlos.
Con la modificación, el cuerpo de agua estaría atrapado entre una explotación minera a cielo abierto y una concurrida vía pavimentada. Leopoldo recuerda que cuando llegaron los funcionarios trajeron folletos con brillantes colores y lindos dibujos para explicarle cómo replantarían todos los árboles nativos a orillas del nuevo cauce y con ellos migrarían las especies que viven a orillas del río pero él no se explica cómo podrán desplantar esos centenarios árboles sin dañarlos.
Los voceros de la empresa afirman que harán una réplica exacta
del antiguo cauce. Aseguran que tienen todas las herramientas para mitigar el
impacto ambiental que generaría la obra. Para ello contrataron a Ingetec (que
también hizo los estudios del río Ranchería cuando, en 2012, la empresa quiso
desviarlo para sacar las 500 millones de toneladas de carbón que tiene debajo) y
Alluvium, una consultora australiana.
El Cerrejón esgrime argumentos económicos y laborales porque,
según sus cálculos, si no se desvía el arroyo la empresa dejaría de producir 3
millones de toneladas anuales. Esto significa que estarían en juego 600 empleos,
$500.000 millones en compras a la región y $3,7 billones de regalías. Para
Jazmín Romero Piayú, vocera del pueblo wayúu, esta aseveración es “violenta
porque enfrenta a miembros de las comunidades entre ellos”. Si aceptan ese
argumento, dice, entrarían en etapa de autoexterminio porque cambiaríamos su
arroyo, su agua, por un trabajo que de todas formas se acabará dentro de unos
años.
Lo que más temen todas las comunidades es que, con los cambios
que se han dado a lo largo de los últimos 40 años (muchas veces sin su
conocimiento ni consentimiento), su región cambie tanto que el desarrollo
minero deje por fuera sus costumbres ancestrales, su forma de vida campesina y
su cultura. Así lo resumió Rosa Galván, una joven que nació en Chancleta y está
estudiando administración de empresas. Para ella es claro que, tanto indígenas
como afrodescendientes quieren “que se nos reconozca el derecho a vivir en
nuestro territorio y elegir qué hacer con nuestras vidas”. En resumen, no
quieren ser daños colaterales de la minería.
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